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Miércoles, 15 de Mayo de 2024
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Nora Letamendía
Integrante de las Cátedras de Literatura y Cultura
Europeas I y II
Facultad de Humanidades
Universidad Nacional de Mar del Plata


¡Hormigueante ciudad, llena de sueños,
Donde el espectro en pleno día atrapa al transeúnte!
Los misterios rezuman por doquier como las savias
En los canales estrechos del coloso potente.

El 31 de agosto se cumplen 148 años de la muerte de Charles Baudelaire, el gran poeta “maldito”- en el que el mal es enfermedad del cuerpo y del alma- quien abre el surco de la sensibilidad poética de nuestro tiempo, entendida como una toma de conciencia de sí mismo como moderno, tanto en la vida y en la sociedad, como en el arte. La poesía de Baudelaire se caracteriza por intentar exaltar provocadoramente al lector poetizando la vida concreta y cotidiana del hombre en el mundo moderno, con sus debilidades y su desesperanza, retratándolo como a un héroe. Porque para él, la modernidad no es el mundo que surge de la ciencia y de la técnica, sino ese hombre condenado a buscar su identidad en la fugacidad del presente. La persecución de un ideal estético exigente por parte del incomprendido poeta “maldito” desemboca en una poesía autónoma y visionaria entendida como revelación del ritmo misterioso y esencial del universo. El poeta diseña en el texto movimientos ondulantes de atracción y repulsión, consecutivos o simultáneos dentro de un mismo poema, estremeciendo la conciencia moral del lector.
Reconocemos en su poética una insistente concentración expresiva que suma a los movimientos ondulantes ya mencionados una lengua pura y simple, de armonía a menudo raciniana, pero rica y potente en la utilización de los recursos formales. Su obra se encuentra en una bisagra entre dos épocas de la poesía francesa. Se sitúa en el punto extremo del Romanticismo del que se nutre en los temas: el Satanismo, la glorificación del Mal, el spleen, la rebelión, pero se distancia en la estética, por la fuerza de sus imágenes y de su música, por la búsqueda de una alquimia del lenguaje en el que la poesía deviene ella misma su propio objeto, por su sentido de modernidad, por su inmediatez. Al mismo tiempo, le da un sentido nuevo, más metafísico a esa obsesión del mal, a esa melancolía. Es por ello que no podemos disociar totalmente la figura del poeta francés del movimiento romántico; se trata más bien de una reacción contra la expresión desbordada y emocional de muchos poetas del Romanticismo que él, en un acusado signo de modernidad literaria, enfrenta con un lenguaje inapelable en la comunión de la mente con los sentidos. Esta figura de poeta nos revela un ser en constante dinamismo que busca la unidad cósmica en instantes divinos consagrados a la creación estética. Una estética que rescata lo marginado por lo clásico, es decir, una innovación de la concepción de la belleza, ya no como reflejo de lo bueno, lo equilibrado, lo puro, sino hundida en el horror y la fealdad como instancias evocadoras de lo bello. De este modo, al plantearse el objeto estético desde lo desigual, lo oscuro, lo perverso del hombre, sustenta una renovada visión del arte, esta vez artificial, decadente y nocturna que produce un estado de horror o de gozo en quien lo recibe y abre el camino a la reflexión interior propia del objeto estético. En cuanto al lenguaje, el poeta parisino, en fuerte coincidencia con las teorías que Edgar Allan Poe intenta provocar un efecto, una sacudida emotiva en el lector y procede a suplantar el concepto romántico de inspiración por el de artesanía..
En sus Flores del mal, Baudelaire ofrece la imagen de presencias desclasadas en el decorado urbano donde nos sacude la mirada compasiva del poeta frente inquietantes escenas plenas de horror y ternura, o la descripción de unos rostros anónimos que se cruzan sin rozarse en un torbellino fugaz e indetenible. Todo ello visto desde ese ser solitario que, en medio de la foule, deambula y observa, transeúnte exiliado de la sociedad que sondea al individuo, en palabras de Benjamín, “siempre semejante a sí mismo en su multiplicación”. Y en esta exploración, que refracta el esplendor y el desencanto de la modernidad en la gran ciudad, la noche parisina se erige como la gran planicie donde se traza el diseño del vicio y la marginalidad consolidando el referente urbano como factor determinante y deliberado de la poesía moderna.

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