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Miércoles, 15 de Mayo de 2024
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El proceso de cambio entre el colegio secundario y la facultad es duro. En su momento no me pareció tal: con el curso de ingreso tres veces por semana a la par del colegio, siguiendo mis actividades habituales pero ahora con nuevas amistades del ámbito universitario, sonaba hasta fácil y divertido. Aunque la elección de la carrera no fue tal (terminó siendo por descarte), el comienzo en esta nueva institución donde la gente asistía sin que nadie, o casi nadie, la obligaba o lo monumentalmente grande e intrincado del edificio, era fascinante. El primer baldazo de realidad fue con la prueba escrita y documentada de mi saber: me faltaron 3 puntos sobre 180 para ingresar de manera directa, y eso quería decir que debería tomar el examen final o englobador para “entrar”. Fue el primero de mis “fracasos” académicos, que retumbó en mi ego dado que el ser portadora de la bandera nacional en el secundario y uno de los mejores promedios, no había alcanzado para nada. Acá había que abrirse camino nuevamente, y no importaba quién era ni cómo me había desarrollado en mi vida anterior. Es que era eso, un cambio de vida, una maduración paulatina, con algunas pinceladas de madurez repentina.

Pero lo hice, ingresé evitando el recuperatorio del final.¿Y ahora? Ahora sí que los que estábamos adentro estábamos porque queríamos y por nuestros propios méritos. De los 8 amigos que me había hecho en el curso de ingreso quedaron 6 afuera, y los otros dos en dos comisiones diferentes, y después del primer cuatrimestre, quedé sola. Sola es una manera de decir, porque ya tenía nuevas juntas, nuevos compinches, con los cuales ahora compartía el interés por las materias del ciclo básico, y con los cuales también maldecíamos por los cucos de la carrera. La segunda pared no tardó en llegar: el primer final desaprobado. El fin de una era. El tener que re-cursar una materia y también abandonar, por lo menos por esas horas, a mis compañeros de estudio. Es que no sólo eran mis compañeros de apuntes y de teóricas, sino eran con los que compartíamos almuerzos y meriendas, salidas viernes a la noche, noches en vela también, y hasta compañeros para compartir amores y desamores. En esta transición fue que el cuerpo me jugó un par de malas pasadas, y el pico de estrés de este cambio de la comodidad del secundario a lo nuevo de la facultad, me generó una pitiriasis eritematosa (léase erupción rojiza en todo el cuerpo), caída del cabello y pérdida de unos 10 Kg, que en mi contextura delgada, no se veía nada bien. Nada de lo que uno no se pudiera recuperar. Pero mientras tanto, y con 19 años, se vivió cual tragedia griega. Pero seguimos adelante, con muchas más horas de estudio y voluntad. Además de salidas y risas, factor más que importante en mi desarrollo como universitaria. Es que una de las mejores cosas que me dejó este paso fueron los amigos. Los mejores, los que te entienden, los que piensan como vos, con los que tenés intereses en común… lo que me llevó también a encontrar mi lugar en el mundo, en el mundo de la ciencia. Al final de cuentas nunca abandoné la Universidad, es mi casa, es mi refugio, es mi sustento (monetario también). Pero lo que cuesta, vale. Y en más sentidos que los que uno puede llegar a pensar. Porque la facu me formó como profesional, pero también me dio el tiempo más valioso de mi vida.

Josefina Ballarre. Ingeniera en Materiales. Doctora en Materiales. Profesora Adjunta UNMdP. Investigadora Adjunta CONICET.

 

Dra. Ing. Josefina Ballarre

INTEMA - CONICET - UNMdP

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