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por Elisa Pastoriza*

Luego de décadas de abandono, ha comenzado la demolición del Hotel Hurlinghan, sin duda de un valor histórico y patrimonial muy relevante en nuestra ciudad. Edificado en uno de los lugares más hermosos de la ribera costera, la bahía Varese, elegido a fines del siglo XIX, por un grupo de ingleses encabezados por William Moore, entonces gerente del Ferrocarril del Sud, para la construcción del Hotel Saint James, que nunca logró terminarse. Este espacio, más alejado de la animada playa Bristol, con aguas y ambientes más tranquilos y mayores soledades, tomó su primer nombre de los visitantes británicos: Playa de los Ingleses. Durante las décadas del ´20 y del ´30, la ciudad fue escenario de un proceso de mutación del paisaje social de la colonia veraniega. Así, al calor del impulso de la entrada de las clases medias y respondiendo a nuevas demandas y gustos, nacía un tipo diferente de hotelería tutelada por empresas familiares destinada a los nuevos protagonistas. Entre otros, se hallaron los hoteles Tourbillón, Hurlingham, Riviera y Nuevo Ostende, caracterizados por mantener algunos estándares de lujo aunque sus dueños ya percibían y respondían al nuevo perfil de sus visitantes.

En efecto, para los años treinta las estadísticas hablan de seis categorías hoteleras, a las que se suman las pensiones, encontrándose un nivel de consumo de mayor proporción en las categorías intermedias. Este dato constata, junto a muchos otros, la entrada al balneario de nuevas clases sociales, más amplias y vastas, al disfrute del tiempo libre. En este contexto social, en 1939 abre sus puertas el Hurlinghan propiedad del hotelero Martín Durruty y diseñado por el Estudio porteño H. Miglierini. La obra se levantó en la barranca vacía, en un estilo náutico, despojado, expresión de una arquitectura moderna desprovista de los detalles pintoresquistas de la que había predominado en las villas veraniegas finiseculares. Líneas sencillas, blancas, lenguaje modernista y académico, sobresaliendo el ojo de buey en sus ventanales y ángulos redondeados. En sus terrazas se expresa su mayor originalidad cuando recrea el puente de mando de un navío. Sus amplios salones y habitaciones fueron el escenario de los nuevos veraneantes, que  comenzaba a consumir una hotelería privada en busca de reconversión, que coincidió con un proceso que implicaron al Estado y asociaciones civiles, para estimular la instalación de “colonias de vacaciones” y la hotelería estatal.

Con la llegada del Primer Peronismo y la puesta en marcha del programa del Turismo social, una nueva etapa esperaba al paradigmático hotel. El programa del ocio peronista combinó el desarrollo de las colonias de vacaciones y/u hoteles administrados por la Fundación Eva Perón (Chapadmalal uno de los más importantes), los diversos programas de viajes de turistas obreros y los primeros pasos de hospedaje-hotelería de las organizaciones sindicales (por medio de compra y alquiler de edificios de alojamiento), que serían desplegados ampliamente en las décadas siguientes. Al calor de la sanción del decreto 1740, en el verano de 1945, se extendían las vacaciones remuneradas obligatorias al conjunto de los trabajadores y empleados argentinos en relación de dependencia, las clases trabajadores comenzaron a hacer su entrada al otrora ´aristocrático´ balneario.

En ese sentido, durante la primera presidencia de Juan D. Perón, en 1948, el Hurlingham se convierte en uno de los primeros hoteles sindicales de Mar del Plata. Adquirido por el Sindicato Empleados de Comercio (junto al Hotel Riviera), fue punta de lanza del proceso de Hospedaje Gremial que también implicó al Tourbillón y los hoteles de Luz y Fuerza y el SUPE (Sindicato de trabajadores petroleros), textiles y metalúrgicos. Un fenómeno muy ´natural´ para los argentinos y casi único en el mundo.

De esta forma, el Hurlinghan, un símbolo del Turismo social, forma parte del patrimonio cultural de los argentinos, histórico y patrimonial. Y como tal debemos impedir su demolición o la transformación en un híbrido (como el caso de Tourbillón), impensable e inadmisible en otras ciudades del mundo que preservan con celo su patrimonio histórico. Que las líneas blancas, sencillas y con reminiscencias marinas y náuticas vuelvan a brillar en la Bahía Varese. Debemos conservar exponentes casi únicos de estas tradiciones urbanísticas que, en palabras de Javier Sáez para el Complejo playa Grande, el lenguaje náutico, las volumetrías simples y el tamaño acotado, generaron una singular relación entre la ciudad y el mar. (La autora agradece las fotografías a las colegas arquitectas María Isabel Fernández y Perla Bruno)



Historiadora, Facultad de Humanidades, UNMD. Editora de Un mar de Memoria. Voces e imágenes de Mar del Plata (2009)y autora de La conquista de las vacaciones(2011).

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