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por Federico Ignacio Isla - (CONICET-UNMDP)

Nuestro planeta oceánico no deja de sorprendernos. En los últimos años hemos comprendido que una diferencia en las presiones de dos localidades australianas (fenómeno llamado Oscilación del Sur) nos permite pronosticar si el puerto de Buenos Aires va a estar bloqueado por camalotes en los meses siguientes (El Niño). Pero cuando supusimos que conocíamos los movimientos bruscos a los que nos tiene  acostumbrados, el terremoto del 26 de noviembre de 2004 nos hizo replantear el potencial sísmico del Océano Indico. Hasta ese momento sólo sabíamos que el archipiélago Indonesio, con su doble arco de islas oceánicas, podía originar grandes erupciones volcánicas como la del Krakatoa (1838) y la del Tambora (1815). Los registros paleoclimáticos confirmaron que esa última erupción bajó la temperatura del planeta y consecuentemente afectaron las cosechas de Europa. Pero queda la incógnita sobre si el Atlántico Sur es factible de tener terremotos de magnitud. El mayor terremoto de las Islas Sándwich del Sur (27 de junio de 1929) de magnitud 8.3 ni siquiera ha sido registrado por el Servicio Geológico Norteamericano.

   Esta información sobre el riesgo de tsunamis en el Atlántico Sur no es menor. Y la planificación del desarrollo petrolero en la Cuenca de Campos justifica esta investigación. La estabilidad del talud donde Brasil piensa desarrollar las acumulaciones de hidrocarburos del PreSal depende de que las turbiditas detectadas no puedan deslizarse. Esto obliga a plantearnos si podemos confiarnos que el Atlántico Sur es ajeno a terremotos.

   Los escasos registros de olas o mareas del Atlántico Sur deben revisarse cuidadosamente en razón de que muy pocas líneas navieras lo atraviesan. El 21 de enero de 1954 ocurrió un episodio inédito en Mar del Plata. Era un día de calor con amenaza de lluvia. Una única ola llegó al mediodía a la concurrida Playa Popular y provocó pánico entre los bañistas. Si bien no hubo muertes, 11 bañistas debieron ser socorridos por la Asistencia Pública Municipal. La ola llegó a cubrir el Muelle de Pescadores. El fenómeno pudo ser registrado por el mareógrafo y fue interpretado como una marea bárica por el Dr. Balay del Servicio de Hidrografía Naval. Según la redacción del diario La Capital, un hecho similar habría ocurrido en el verano de 1945, aunque tampoco fue registrado como terremoto.

  Uno de los recuadros del diario marplatense consignó que ese mismo día se pescaron varios tiburones de más de 2 m de largo. Al día siguiente, Alfredo Aubone, un turista de 18 años nadaba a 70 m de la playa de Miramar cuando sintió un tirón del hombro derecho. Un tiburón lo arrastraba contra el fondo arenoso. Cuando pudo soltarse notó que nadaba en su propia sangre y el tiburón lo arrastraba ahora de la pierna izquierda. Fue en aquella situación tan comprometida que el salvavidas Ángel Fulco llegó a rescatarlo. Aubone estaba entero pero cubierto de cicatrices. Tiempo después, en un hospital de Stanford, California, se le quitó un diente que tenía incrustado en el fémur. Los californianos no tuvieron dudas porque conocen de ataques de tiburones. Había sido un tiburón blanco, “the white death” (la muerte blanca).

   Si bien se especuló que aquel ejemplar de 5 m podría haber seguido un barco, no debemos olvidar que en aquella ocasión varios tiburones fueron pescados en la escollera sur. Fue la única vez en que se registró un ataque de tiburón blanco en Argentina. Los tiburones blancos son abundantes en las costas de Sudáfrica y han sido citados con cierta regularidad en la costa de Cabo Frío, Brasil, siempre en días de verano.

   Esta coincidencia entre episodios únicos y simultáneos, la ola y el tiburón blanco, nos obliga a identificar un fenómeno extraordinario que pudo ocurrir en el Atlántico Sur.

  Varias islas han sido citadas en el Atlántico Sur (Hawkins Maiden Land, Pepys, Tierra de David) aunque se sospecha que algunas nunca existieron y simplemente fueron inventos de piratas que buscaban purgar sus delitos con algún descubrimiento que les salvara de la prisión o la guillotina. Pero existen otras islas de existencia cierta. En 1738 Jean Baptiste Charles Bouvet de Lozier mencionó una isla de acantilados escarpados y cubierta de nubes. Como la posición que dio no era la correcta se tardó mucho tiempo en ubicar a la isla Bouvet o Buovetøya. Hoy sabemos que se ubica muy próximo al punto triple donde se bifurca la dorsal mesoceánica. Próxima a Bouvet existía otra isla denominada Thompson. Independientemente, los capitanes George Norris y Joseph Fuller en 1825 y 1893, respectivamente, describieron esta isla en posiciones semejantes, al NNE de Bouvet. La isla Thompson nunca más fue observada. Se supone que desapareció a causa de alguna erupción posterior a 1893. Como prácticamente no había habitantes a estas latitudes del Hemisferio Sur (Argentina, Chile o Nueva Zelandia), la erupción que la había hecho desaparecer pasó inadvertida. Pero estas islas siguieron dando sorpresas. Las fotografías obtenidas en 1958 por un helicóptero del buque Westwind identificaron una plataforma rocosa de 40 m de altura. El comandante que había visitado Bouvet en 1955 fue encomendado a reconocer esta plataforma de 650 x 365 m en 1959. Nuevas playas se habían acumulado contra esta plataforma de 40 m de altura. Bouvet bahía cambiado de forma a consecuencia de una erupción en ese intervalo 1955-1958.Es probable que Crawford no haya atendido a aquella plataforma rocosa al pie de los acantilados en 1955. La ola de Mar del Plata ocurrió un año antes (1954). No obstante, queda claro que en aquel remoto punto triple el vulcanismo es tan activo que hay islas capaces de desaparecer y otras de cambiar de forma.

   Las explosiones de estas islas volcánicas pueden pasar inadvertidas. Durante el año 2012 varios navegantes refirieron rocas flotando en el Pacífico Sur. Se supone que las pumicitas (rocas volcánicas con una cantidad de huecos que las hace capaz de flotar) fueron originadas por algún volcán sumergido. El efecto de grandes explosiones en el océano es poco conocido. El mayor sonido que ha escuchado el hombre moderno fue la explosión del Krakatoa el 26 de agosto de 1883. Aquella no fue una erupción más: hubo varias erupciones previas, tres de las denominadas “plinianas” (muy explosivas producto de magmas ácidos), y finalmente la cuarta ultrapliniana. Esta última originó el colapso de la caldera que acabó con 2/3 de la isla de Rakata. Extrañamente los barcos que navegaban en la zona no tuvieron consecuencias, pero las olas de 37 m causaron 36.417 muertes en los puertos cercanos. Se supone que la avalancha submarina ocurrida por aquella explosión causó una ola solitaria de magnitud y con un período de 12 horas similar a una marea. Pero si bien la ola de tsunami no tuvo gran efecto en costas distantes, aquella explosión causó además un pulso en la presión atmosférica que fue registrado en los barógrafos de aquellos días. La enseñanza de Krakatoa es que existe otro tipo de olas semejantes a tsunamis que son los “tsunamis generados en la atmósfera”.

Conclusiones

  1. Algún fenómeno oceanográfico fue el responsable de la gran ola del 21 de enero de 1954 que dejó un tiburón blanco en la playa de Miramar.
  2. Como la ola no fue producida por un terremoto, sólo una erupción volcánica puede explicar aquel fenómeno que trajo tiburones en coincidencia con cambios bruscos de presión.
  3. Queda la incógnita sobre si el Atlántico Sur es también susceptible de tsunamis con cierta frecuencia.

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