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por Julio Juan Ruiz
Docente e investigador de la U.N.M.D.P

En 1513 Nicolás Maquiavelo publicó El Príncipe, texto clave para la filosofía y la teoría política contemporánea. Pese a los siglos transcurridos, su lectura resulta imprescindible para comprender la vigencia de un lenguaje político que se originó en los albores de la Modernidad, el cual considera a la política como una actividad autónoma, tanto de la moral, como de la ética. El historiador italiano Maurizio Viroli, en su ensayo De la política a la razón de Estado, señala que, entre los siglos XIII y XVI, nació nuevo lenguaje político, el cual suplantó a la cosmovisión política medieval. En la península itálica, esta transición estuvo signada por el advenimiento de nuevos principados. Así, familias como los Médicis o los Gonzaga, no escatimaron en emplear estrategias políticas reñidas con la moral, en pos de la detentación del poder. Por esta razón, la política ya no es una empresa moral, basada en la sociabilidad y en la naturaleza bondadosa del ser humano, sino un conjunto de estrategias agrupadas bajo una nueva denominación: razón de Estado. Esta “nueva” doctrina se originó a partir de la obra de Botero; no obstante, es en El Príncipe donde encuentra su mejor desarrollo. En efecto, en la obra del filósofo renacentista se aboga por un nuevo accionar político, alegóricamente manifestado en el advenimiento del nuevo hombre de Estado, cuya naturaleza se manifiesta en la conjunción del hombre con la bestia, es decir, en una “fiera humana”, cuyo modelo es el centauro. De  las bestias, en el célebre capítulo XVIII de El Príncipe, se seleccionan dos: el león y el zorro. Se necesita fuerza del primero para atemorizar a los enemigos, y la astucia del segundo para descubrir las trampas. Estos medios están acordes con una concepción antropológica negativa, que vislumbra maldad en el ser humano. De este modo, ya no es la virtud, ni el bien común lo que orienta la política, sino la implementación de las estrategias necesarias para la detentación y la conservación del poder. Esta nueva realidad, produjo una “revolución” en el lenguaje político, pues ya no era posible entender la política como la búsqueda del bien común, ni la consecución de éste como la consagración de la vida del política, tal como  en el Medievo y en la antigüedad era propiciado por  las constantes lecturas de un texto ciceroniano: El sueño de Escipión.
Más allá de la múltiples  valoraciones axiológicas que las constantes relecturas de la obra de Maquiavelo han esbozado, no podemos desconocer  su vigencia en el lenguaje actual, porque  todavía hoy pugnan dos concepciones sobre la política. Una que la considera como una activad en la que lo ético desempeña un papel fundamental, tal como lo enseñó Aristóteles en su conocida Ética a Nicómaco, y otra, que no ve más que en lo político las estrategias de la razón de Estado. Ambas concepciones nos señalan la vigencia de un texto insoslayable: El Príncipe.
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