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La formación docente es un tópico conflictivo en nuestra sociedad. Muchas veces emerge como producto del malestar que ocasiona en algunos sectores de la misma la dimensión de profesional y trabajador del campo intelectual que tiene el docente (discusiones paritarias, condiciones laborales, salario, medidas de fuerza) antes que la de enseñante y pedagogo. Lo cierto es que, si consideramos la significación que la educación de los ciudadanos tiene para cualquier proyecto de Nación y si  agregamos a esto que toda la conflictividad social se traslada y expresa en las escuelas, ejercer la docencia, ser docente y trabajar en educación es moverse en un territorio azotado por vientos huracanados y enormes responsabilidades.

Pero ¿de quién son las responsabilidades? Los docentes argentinos pueden formarse en institutos de gestión privada o pública, de nivel superior no universitario o universitario y ejercer la docencia en establecimientos que reflejan del mismo modo esa composición del sistema educativo en cada jurisdicción. Pero, sea cual fuere su trayectoria formativa (y más aún, toda su biografía pedagógica), se forman para llevar adelante diseños curriculares que son la definición política de qué enseñar, a quiénes, cómo y por qué en las diferentes jurisdicciones en las que se desempeñen.  Y más aún, se forman, desde las especificidades de cada campo disciplinar, para contribuir como partícipes activos de la producción y resignificación del discurso sobre la cultura y de la cultura a la transmisión cultural generacional de aquellos saberes considerados socialmente válidos en un determinado momento. Ni más ni menos.

El momento de la práctica

La práctica en terreno, también conocida como “residencia”  es un momento crucial en la formación de cualquier profesional. Es el momento de contrastación de los saberes  disciplinares e instrumentales construidos con grandes dosis teóricas y variables componentes prácticos con la realidad social en la cual el profesional  aspira a hacer valer su experticia para resignificarla, inscribirse en el tapiz cultural.

En el caso particular de la formación docente universitaria, este momento llega una vez que se ha avanzado notoriamente en la carrera, de ahí que el ingreso en la escuela para concretar las prácticas es una instancia de fuerte impacto en la trayectoria de los docentes en formación. Esta es la ocasión en la que las instituciones formadoras concretan acuerdos con las instituciones receptoras de los practicantes, para que ellos puedan, en el marco de los acuerdos institucionales  y la cultura organizacional de cada escuela  y con la orientación permanente de un tutor de la cátedra y la buena acogida de un docente co formador de la escuela receptora, poner en juego un proyecto de prácticas acotado en el tiempo y resolver numerosos problemas vinculados con el quehacer docente.  

Si, como los profesores en formación manifiestan en las aulas, la práctica está teñida por el signo de la incertidumbre, también se nutre de una cadena de confianzas necesarias para desarrollo de este capital social: de la universidad en sus estudiantes (a los que acompaña a través de tutores durante todo el proceso de prácticas); de los estudiantes, en la formación alcanzada;  de las escuelas que se abren a recibir practicantes, en la institución universitaria formadora; de los chicos y sus familias, en ese docente joven que - por lo general - llega al aula con propuestas innovadoras y el entusiasmo a estrenar.

Esta experiencia de la práctica entonces, cuando se lleva a cabo con el compromiso de los diferentes agentes implicados, es una ocasión única para enriquecerse mutuamente, integrar equipos docentes, poner en diálogo la experiencia y la actualización, la novedad y  el saber hacer construido a lo largo de los años.  Así emerge la responsabilidad y el compromiso social en la formación docente que las instituciones formadoras (tanto las que preparan a los docentes como aquellas que los reciben) labran a través de un trabajo colaborativo, dispuesto a escuchar lo que cada sujeto puede aportar y recibir en ese pasaje crucial de la formación en la que se deja de ser alumno para convertirse en profesor.

Claudia Segretin y Carola Hermida

(Integrantes del equipo de cátedra de “Didáctica especial y práctica docente”

del Profesorado en Letras de la Facultad de Humanidades – UNMdP)

*Desde hace algunos años la cátedra lleva a sus practicantes a las siguientes instituciones educativas de nuestra ciudad: Colegio Arturo Illia, Escuela Secundaria Técnica N° 3 “D. F. Sarmiento”, Colegio A. Schweitzer y Colegio Nuestra Señora del Carmen.

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