Esta expresión clara, simple, contundente, nos invita a repensar sin dilaciones sobre el “deber ser” de las Universidades de la región, en contextos en lo que aún coexisten situaciones de profunda inequidad y exclusión social.

En todos los foros nacionales, regionales e internacionales que nuclean las voces más representativas de la educación superior, se reafirma esta voluntad constante de sostener, sistematizar, profundizar este diálogo transformador entre las Universidades y el resto de la comunidad.

Felizmente, estas expresiones están acompañadas de acciones concretas, sostenidas, fuertemente institucionalizadas, que cuentan con la  participación activa y comprometida de un creciente número de  actores universitarios.

Entre estas intervenciones, las Prácticas Socio Comunitarias en marcha en algunas de las Universidades de nuestro País, comienzan a considerarse estrategias insustituibles en este diálogo creciente con el contexto social.

Actualmente las Universidades Nacionales de Mar del Plata, Buenos Aires, La Pampa, Río Cuarto, Río Negro y Avellaneda poseen normativas institucionales específicas, que con particularidades,

 Avalan La realización de experiencias comunitarias insertas en las currículas o como requisito de graduación de todos sus estudiantes. En otras, también crece el debate sobre estas experiencias. En todas ellas, con sus singularidades y con diferentes niveles de avance, existe un claro consenso sobre su valor transformador.

Frente a esta tendencia incontrastable y a la luz de experiencias sostenidas en nuestra Universidad Nacional de Mar del Plata, en particular las que se llevan a cabo desde la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, resulta oportuno actualizar algunas reflexiones. La pregunta radica entonces en pensar ¿Cuál es el verdadero valor transformador de las Prácticas Socio Comunitarias?

En este marco me permito considerar algunos aspectos salientes:

a.-Dimensión Pedagógica. Las prácticas posibilitan fundamentalmente una reconsideración de los supuestos teóricos de los procesos de enseñanza y de aprendizaje.

Estas experiencias, ampliamente respaldadas por las teorías del paradigma de la cognición situada o aprendizaje contextualizado que se llevan a cabo en escenarios reales, posibilitan que el estudiante resignifique los contenidos de aprendizaje frente a problemas concretos, participe activamente y con autonomía en la construcción del conocimiento y desarrolle habilidades críticas y reflexivas.

b.- Dimensión Ética.  En el plano institucional, las experiencias en comunidad ponen en debate el modelo ético de ser Universidad, reconsiderando el sentido de sus decisiones, sus acciones y también de sus omisiones, en el marco de la pertinencia en la que cumple su misión social.

Pero además, fundamentalmente, son oportunidades insustituibles que contribuyen en la formación integral  de profesionales en tanto ciudadanos con sensibilidad y compromiso social, conscientes de su deber histórico para con la sociedad de la que forman parte.

c.- Dimensión Epistemológica. Las prácticas comunitarias constituyen además una oportunidad concreta en la distribución social del conocimiento. Los estudiantes, portadores de saberes y experiencias, interactúan con otros actores sociales contribuyendo en la resolución conjunta de problemáticas acordadas. Esta intervención compartida posibilita un enriquecimiento irreemplazable, en tanto convergen saberes procedentes del ámbito académico con aquellos del entorno social. Pero también, la agenda social contribuye a reconsiderar las líneas de investigación. Esto sencillamente, radica en repensar el valor del transformador del conocimiento que se produce en las Universidades, su destino y los modos de apropiación por parte de la comunidad.

d.- Dimensión social. Las experiencias en marcha confirman el valor transformador de la tarea conjunta en la que convergen saberes, voluntades y experiencias. En tal sentido cuando la Universidad se involucra de un modo dialógico abandonando su posición de “torre de marfil”, enseña y aprende; por ende, transforma y se transforma.

Pero, además, contribuye decididamente a gestar un modo de interacción en el que convergen miradas complementarias de inclusión de dos mundos, muchas veces distantes. Así, suma su aporte en la construcción de capital social en tanto fortalece valores de confianza interpersonal, capacidad de asociatividad y conciencia cívica en todos los actores comunitarios.

Seguramente, estas tendencias no exentas de tensiones, continuarán formando parte de la agenda universitaria de los próximos tiempos. Esto resulta sin dudas un acontecimiento saludable, en tanto constituye una oportunidad de consolidar su “compromiso social” y su “deber ser” como instituciones estatales, públicas y autónomas, sostenidas con el esfuerzo de todo el Pueblo Argentino.

Lic. Néstor Horacio Cecchi.

Universidad Nacional de Mar del Plata.-