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por Paola Massa1

Resulta paradójico que este 2011 que ha sido en muchos aspectos un año tan reactivo, haya sido declarado como el Año Internacional de la Química. Si bien esta celebración no ha logrado trascender el ámbito académico, sí lo hizo la figura que inspiró los festejos: Marie Curie. Su esfuerzo y determinación no dejan de inspirarnos.
Marie nació en Polonia en al año 1867, como Maria Sklodowska. Su interés por la lectura y por las ciencias fue temprano. En esos tiempos la Universidad de Varsovia no permitía el ingreso de mujeres, así que habiendo reunido un poco de dinero, se fue con 24 años a París, para estudiar en La Sorbona. Con muchas privaciones, se graduó en Física y en Matemática. En la Universidad también conoció a Pierre Curie, con quien se casó en 1895. Tras el nacimiento de su primera hija, Marie comenzó su tesis doctoral; hasta entonces sólo una mujer, la alemana Elsa Neumann, había realizado un doctorado en ciencias.
Gracias a la intervención del director de la Escuela de Física donde enseñaba Pierre, Marie obtuvo el permiso para utilizar un pequeño depósito en el sótano y comenzar allí sus experimentos. Se basó en dos descubrimientos recientes: los rayos X y la emisión de rayos de naturaleza desconocida observada en los compuestos de uranio. Junto a su esposo, descubrieron y aislaron dos nuevos elementos químicos: el polonio (cuyo nombre intentó reivindicar la independencia perdida de su tierra natal) y el radio. Sus investigaciones sobre radiactividad los llevaron a recibir el Premio Nobel de Física en 1903, junto a Henri Becquerel, director de tesis de Marie.
Madam Curie fue la primera mujer en recibir un premio Nobel. Pero ésta no sería su única conquista para nuestro género. También fue la primera mujer en dar clases en la Universidad. Tras la muerte de su esposo en un accidente en 1906, el Consejo de la Facultad de Ciencias le otorgó su cátedra en La Sorbona, por decisión unánime. Aunque no fue admitida como miembro de la Academia Francesa de Ciencias (perdió la votación por un voto), Suecia volvió a galardonarla con un segundo Premio Nobel, esta vez en el área Química. El Año Internacional de la Química celebra el centenario de este hecho histórico.
Resta mucho por contar sobre la vida de Marie Curie. Por ejemplo, su participación durante la Primera Guerra Mundial, recorriendo hospitales de campaña como impulsora de la radiografía móvil para usos médicos.
Marie trabajó apasionadamente hasta su muerte en 1934. Muchos años después, sus restos fueron trasladados al Panteón de París. Otra vez Marie volvía a ser primera: la primera mujer (y la única hasta el momento) en descansar en este lugar reservado sólo para las personalidades más trascendentes de la historia de Francia.
La impronta de sus logros resulta todavía más destacada vista en perspectiva. Hasta hoy, solamente tres mujeres han obtenido un Premio Nobel de Química: la propia Marie Curie, su hija Irene (1935) y la israelí Ada Yonath (2009).
Cien años atrás, la Química era campo hostil para las mujeres. ¿Qué podemos decir entonces de este siglo XXI en el que la actividad científica pareciera haber superado toda diferencia de género? Las estadísticas indican que actualmente en el ámbito científico, el número de mujeres y de hombres se ha equiparado. En nuestro país, según datos de 2009/2010, el 48,7% de los investigadores de CONICET y el 54,3% de los docentes con dedicación exclusiva de las universidades nacionales son mujeres; también lo son cerca del 65% de los egresados universitarios.
Más allá de cuestiones numéricas, sería bueno comenzar este segundo siglo de mujeres en la Química planteándonos nuevas metas. La meta de humanizarnos, separarnos de rígidos paradigmas de neutralidad para movilizarnos en una actitud más sensible y responsable. Y la meta de avivar la excelencia con pasión. Pasión que agudice nuestra visión, que busque ideas, que confronte, que impulse. Que nuestra pasión sea fuente de inspiración y se multiplique en otros. La pasión, como ocurrió con las hijas y nietas de Marie, se hereda, pero por sobre todo, se contagia.
Que podamos, en definitiva, estar a la altura de aquellas mujeres a las que les debemos el lugar que hoy ocupamos.

Imagen opcional:

Marie Curie en su laboratorio de París.
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