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Jueves, 31 de Octubre de 2024
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Fertilización asistida
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“(...) En el terreno concreto de las tecnologías reproductivas o de esta llamada nueva reproducción, podemos decir que desde el año 1978 en que nació el bebé de probeta, se ha dado un paso revolucionario en las nuevas maneras de nacer. Me refiero a la fertilización in vitro, que cumple un sueño de occidente: el del homúnculo. Los alquimistas ya soñaban con producir el hombre en el laboratorio. En el ‘Fausto’ de Goethe hay una imagen preciosa que prácticamente está prediciendo la fertilización in vitro. Habla del vidrio, del cristal. Dice: lo que antes dejábamos organizar, ahora hacemos cristalizar. Fantástica meditación goethiana. El poeta generalmente se anticipa a su tiempo con su visión, su capacidad profética.
Se ha producido, entonces, una verdadera revolución. A ésta la llamo yo la revolución de Galatea. La capacidad del hombre de modificar su condición biológica ha comenzado por ser la revolución de Galatea. El objeto del deseo es el vientre de Eva, en última instancia es la mujer, y las feministas sacan de esto enorme partido. Existe todo un debate abierto acerca si los hombres dominan el conocimiento científico tecnológico. Pero es un hecho que la revolución biológica ha empezado por ser una revolución reproductiva y la mujer ha sido el objeto del deseo (del laboratorio -digo- por lo menos). Ahí es donde se ha producido este fenómeno extraordinario.
¿Por qué el ‘boom’ con relación a las tecnologías reproductivas? El argumento es importante. Sacar el huevo del nido, el óvulo de la matriz es un robo prometeico tan importante como robar el fuego a los dioses, la llama de la vida. Tan importante en beneficios como también en posibles maleficios. Porque no nos referimos solamente a las prácticas de remediar la esterilidad en la mujer -o en la pareja- sino también la posibilidad que se tiene a través de la llamada reproducción asistida, de sacar el huevo del nido, de congelarlo, de donarlo. Se puede, también, hacer ingeniería genética, investigación fetal. Y de hecho todo esto se lo ha realizado a partir del 78.
Este nuevo campo que abre la revolución reproductiva, el hecho de haber podido extraer un huevo, colocarlo en la probeta y solucionar un problema de esterilidad de la pareja, no es tan inocente. Trae aparejado una serie de fenómenos cuyo control social está lejos de haberse logrado hasta el momento. De ahí la gran preocupación.
Sobre el tema voy a dar una orientación. Me reservo una posición de elaboración personal, pero debo decir, para orientar el debate moral, qué es lo que pasa al respecto en el mundo. En general hay dos grandes familias morales. Aplicado al tema de la reproducción esto está muy claro. Hay quienes ven toda una intromisión del hombre en los procesos naturales, fundamentalmente en el dominio de la sexualidad y procreación, como algo -en última instancia, casi diríamos- diabólico, deshumanizante. Cuando se habla de reproducción ‘artificial’ se utiliza este argumento, se dice que el artificio por el cual el hombre separa la sexualidad de la procreación, o interviene con métodos científicos facilitando un proceso procreativo -el caso de la anticoncepción se encuadra en la misma problemática-, es algo negativo. En general son los tecnófobos o tecnoclastas, la gente que no confía mucho en los procesos científicos o tecnológicos. Se ve en esto el genio maligno, el mal genio propio o específico del hombre.
Por otro lado, está la otra familia, la tecnofílica o tecnolátrica; son los extremos. Es bueno manejarse entre la Caribdis y el Escila. En bioética hay que tomar en cuenta dos grandes escollos, que son estos que acabo de mencionar. Por un lado los partidarios del orden natural de las cosas, para quienes no hay nada que tocar. Y, por otro, los libertarios, los partidistas de la utilidad, de la autonomía, que dicen que todo lo hace la ciencia es por el progreso. Entonces, adelante con los faroles; la ética en el fondo no sirve para nada, es todo una hipocresía. Porque la ética no va a poder frenar la empresa científica y es una buena empresa en todo sentido.
En reproducción asistida está la familia -sobre todo la vinculada con la primera, la familia religiosa- que ve en el progreso grandes desventajas en los aspectos de la procreación. Y también está la corriente moral y libertaria, que es tecnolátrica, adora el progreso como la única salida viable de la humanidad, para la cual la ética no tiene mayor relevancia.
Entre Caribdis y Escila hace falta navegar en una posición intermedia.
Creo que en el caso concreto de las tecnologías reproductivas no vamos a decir que la reproducción natural está mal. No; está muy bien. Por eso, tratar de mejorarla o remediarla es sólo un método terapéutico.
Esto significa que si yo tengo que optar entre la reproducción natural y la asistida, diré -evidentemente- que la natural es de elección. Hay quienes sostienen que no. En Estados Unidos, por ejemplo, algunos piensan que un corazón artificial es mejor que el natural. Y bueno; eso es una cosa y negarse al progreso, es otra. Entonces, es importante manejarse en el marco de la ética científica, es decir, de fundamentación y aplicación a las ciencias...” (MAINETTI, 1993) 

“(...) A través de la FIVET (fecundación in vitro y transferencia del embrión) y de la inseminación artificial  heteróloga la concepción humana se obtiene mediante la unión de gametos de al menos un donador diverso de los esposos que están unidos en matrimonio. La fecundación artificial heteróloga es contraria a la unidad del matrimonio, a la dignidad de los esposos, a la vocación propia de los padres y al derecho de los hijos a ser concebidos y traídos al mundo en el matrimonio y por el matrimonio.
El respeto de la unidad del matrimonio y de la fidelidad conyugal exige que los hijos sean concebidos en el matrimonio; el vínculo existente entre los cónyuges atribuye a los esposos, de manera objetiva e inalienable, el derecho exclusivo de ser padre y madre solamente el uno a través del otro. El recurso a los gametos de una tercera persona, para disponer del esperma o del óvulo, constituye una violación al compromiso recíproco de los esposos y una falta grave contra aquella propiedad del matrimonio que es la unidad.
La fecundación artificial heteróloga lesiona los derechos del hijo, lo priva de la relación filial con sus orígenes paternos y puede dificultar la maduración de su identidad personal. Constituye además una ofensa a la vocación común de los esposos a la paternidad y maternidad: priva objetivamente a la fecundidad conyugal de su unidad e integridad; opera y manifiesta una ruptura entre la paternidad genética, la gestacional y la responsabilidad educativa. Esta alteración de las relaciones personales en el seno de la familia tiene repercusiones en la sociedad civil: lo que amenace la unidad y la estabilidad de la familia constituye una fuente de discordias, desórdenes e injusticias en toda la vida social...” (BIBLIOTECA ELECTRÓNICA CRISTIANA, 2001)

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