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Hace dos años fuimos convocados para publicar en esta página algunas reflexiones referidas a la necesidad de encarar la formación de los docentes universitarios, en relación a la Gestión Universitaria. Hoy intentaremos reflexionar acerca de las particularidades que tiene dicha tarea y que hacen de la Universidad, la más compleja de gestionar entre todas las organizaciones que el hombre ha creado.
Empezaremos nuestro análisis señalando que se trata de una organización con múltiples finalidades (preservación de la cultura, enseñanza, profesionalización, investigación, y extensión en sus variadas formas), lo cual complica enormemente la aplicación de sus recursos, sean estos materiales o humanos, ya que implica establecer difíciles equilibrios entre estos múltiples fines, que no pueden ser desatendidos, pero que demandan cada uno de ellos ingentes esfuerzos y es bien sabido que siempre los recursos son limitados.
Para complicar aún más lo señalado en el párrafo anterior, nos encontramos con una planta de “operarios” (los docentes) que tienen la particularidad de ser altamente flexibles, o sea que deberán actuar alternativa o simultáneamente en cada una de las finalidades expuestas, lo cual plantea conflictos adicionales referidos a vocaciones, intereses particulares, carreras académicas, etc y dificulta tanto la planificación como la coordinación de sus actividades, máxime si tenemos en consideración que cada una de las diversas actividades a realizar (docencia, investigación, etc) tienen no sólo distintas exigencias sino que, dentro de la estructura organizacional de la Universidad, dependen de distintas áreas de competencia y autoridad, por lo que no es posible practicar aquí un principio elemental de la conducción organizacional cual es que cada operario tenga un jefe y sólo uno. Como fácilmente observaremos este principio es inaplicable en la Universidad, con los conflictos que ello conlleva.
Si nos detenemos a analizar su proceso productivo, rápidamente observamos que la producción de la Universidad requiere, en cualquiera de sus finalidades, varios ciclos que abarcan años. Esto es rigurosamente verificable tanto en la docencia (generación de un graduado), como en el desarrollo de conocimientos en relación a un tema o la extensión en sus múltiples formas. Esta característica agrega complejidad a la gestión en tanto y en cuanto que las decisiones que se toman tienen efecto a lo largo de un lapso considerable y modificar un rumbo exige también, un tiempo importante. Diríamos que existe una alta inercia en su conducta que hace que los errores sigan produciendo sus efectos mucho tiempo después de que han sido detectados.
Para aumentar el nivel de complejidad señalaremos que en su labor docente se tiende a confundir quien es el destinatario de sus servicios (lo que en cualquier empresa sería su clientela), ya que si bien el estudiante aparece como el destinatario directo, éste no es sino un medio a través del cual la Universidad intenta satisfacer las necesidades de la Sociedad. O sea, el graduado será en definitiva, el “producto” que aquella entrega y a través del cual procura dar satisfacción a su misión social.
Lo antes señalado plantea ya la complejidad de sus conductas decisorias, pero esto se ve agravado por la natural difusión del poder que existe en nuestra Universidad, que no sólo es la única agencia del Estado que se autogestiona integralmente, sino que su gobierno es en realidad un cogobierno en el que intervienen diversos sectores que la conforman (docentes, alumnos, graduados y personal auxiliar). Esta difusión del poder, que implica que quienes están en la base de la pirámide organizacional sean quienes, a través de sus representantes, gestionen la Universidad, no hace sino aumentar la complejidad de la misma, dado las múltiples percepciones que surgen frente a cualquier circunstancia y la necesidad de lograr consensos decisorios, en general trabajosos y lentos.
Por otra parte, y tal como lo señaláramos en nuestro anterior trabajo, no existe en la Universidad una cultura de la gestión, o sea se tiene muy en claro la necesidad de excelencia académica, pero no forma parte de su ethos preocuparse por las cuestiones vinculadas a la gestión, que son vistas como burocráticas y rutinarias, sin percibir que el desarrollo de todas las funciones de la Universidad se ven afectadas por la calidad de su gestión y que ésta, por la naturaleza misma del cogobierno, es desempeñada por personas que ocupan transitoriamente cargos para los cuales no han recibido ninguna preparación previa, ya que su formación académica los ha hecho competentes en diversas disciplinas, pero no precisamente en esta problemática.
Finalmente es preciso reparar que la Universidad en si misma es una mezcla de diversas culturas organizacionales, no sólo en lo concerniente a los diversos claustros que la habitan, sino que por su estructura dominante – las facultades- genera visiones particularmente sesgadas de la realidad, según sea la óptica prevalente en el área disciplinar de cualquier Facultad. No es difícil visualizar las diferentes percepciones que, frente a un mismo hecho tienen psicólogos, abogados, ingenieros, contadores y todas las demás profesiones que la integran y, como consecuencia de ello, las dificultades que acarrea intentar lograr consensos decisorios.
A través de estas reflexiones hemos procurado pintar un cuadro que refleje, aunque sucintamente, las dificultades que atraviesa la gestión de las universidades y en consecuencia lo necesario que resulta que prestemos especial atención a esta problemática, tal como ha hecho nuestra Facultad de Ciencias Económicas y Sociales que viene dictando desde hace doce años una Especialización y Maestría en Gestión Universitaria que intenta contribuir a mejorar y hacer más eficaz nuestra gestión, a través de la calificación de sus gestores.
Dr. Roberto Ismael Vega
Emprendedor XXI Galicia Sueldos Universia
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