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por Alberto C. de la Torre IFIMAR – CONICET. Dep. Física - UNMDP

El Segundo Congreso Nacional de ateísmo, recientemente realizado en Mar del Plata, fue organizado por ateos activistas de nuestra ciudad con una evidente vocación de tolerancia y adogmatismo. Prueba de esto fue la variedad temática de las ponencias y la diversidad ideológica de los expositores entre quienes no faltó algún defensor de las religiones. Tres días de eventos transcurrieron en total libertad y paz, excepto por la “intolerancia en nombre de Dios” perpetrada por un grupo religioso.
En el congreso se trataron muchos temas de alto interés pero quedaron ausentes otros asuntos relevantes. Entre estos, quiero rescatar uno de importancia que fue mencionado en una nota reciente en Enlace Universitario1. Este es, si las evidentes funciones sociales de las religiones son, o no, prescindibles o deseables. En la nota mencionada se duda que estemos en condiciones de prescindir de los mecanismos de control que imponen las religiones, de sus efectos aglutinantes y de las garantías de trascendencia que nos brindan. Mi respuesta es: sin duda las religiones son prescindibles e indeseables.
Las muy variadas ideas de Dios que sustentan todas las religiones son no solamente contradictorias entre ellas sino que también poseen contradicciones internas. Todos esos dioses tienen algo en común: no pueden existir. Ninguna de las divinidades propuestas resiste un análisis racional. Esto ha sido demostrado innumerables veces por filósofos y pensadores a lo largo de la historia de la cultura y por eso no voy a insistir aquí. Sin embargo, a pesar de que los dioses de las religiones no existen, las religiones sí existen, tienen miles de años y, si bien sus fuerzas han disminuido, no hay motivos para pensar que pronto desaparecerán. Nos preguntamos entonces qué es lo que las mantiene en vida. Se ha mencionado que es la función social que cumplen lo que las hace necesarias y les da supervivencia.
Podemos analizar entonces si las funciones que cumplen las religiones son innecesarias, en cuyo caso se puede plantear la desaparición de las religiones, al menos en ese aspecto, o bien si las funciones son necesarias pero pueden ser cumplidas por otras instituciones que no sean las religiones. En este contexto se debe aclarar bien lo que significa una religión, con sus códigos de creencias bien definidos, sus representantes, autoridades y ritos claramente establecidos. Decir que la democracia, la escuela, el Estado, un club de fútbol, o el ateísmo son religiones porque cumplen algunas funciones parecidas, es un abuso del lenguaje.
Las religiones no son imprescindibles en su función de establecer códigos de comportamiento. En el momento en que las sociedades establecieron sus códigos penales y civiles, los mandamientos de supuestos dioses se tornaron en innecesarios. El “no matarás” o “no robarás” es ahora incumbencia del código penal. Los matrimonios son anotados en el Registro Civil y no en las iglesias. Si bien es cierto que hay delitos que no son pecados y pecados que no son delitos (por ejemplo la discriminación laboral por género o la masturbación), en general, hay bastante coincidencia entre los códigos religiosos y seculares. Claramente, para un buen funcionamiento de una sociedad con normas sensatas de convivencia no necesitamos las religiones. Más aún, algunos pensamos que los códigos éticos emanados del pensamiento ateo son superiores a los correspondientes provenientes de los mandamientos religiosos y por lo tanto prescindir de las religiones para fijar las normas de comportamiento sería ventajoso para la sociedad. Esto último es tema para un extenso análisis que se evita aquí.
Otras instituciones pueden suplir a las religiones para brindar la aparentemente necesaria vivencia de pertenecer a algo. Un club deportivo genera similar cohesión social y agresividad hacia otros que una religión, con la ventaja de no tener que apelar a nada sobrenatural. Pertenecer a una empresa, a una fábrica, a un coro, a una “peña” de amigos, a una escuela o universidad, a una maratón, etc. puede suplir a las religiones con enormes ventajas: normalmente nadie pretende aniquilar al que no pertenece a su grupo como ha sucedido, y sucede aún hoy, entre católicos, protestantes, judíos y musulmanes (en el fútbol pueden haber algunas excepciones aberrantes).
En relación con la aparente necesidad de trascender que tiene el hombre, se debe cuestionar si esa necesidad es real o si es un producto cultural, fuertemente enraizado, pero contingente. Nos resulta difícil aceptar que todo lo maravilloso, doloroso y gozoso, apasionante y poético que tiene la vida se desvanece en nada cuando morimos. De niños nos han implantado la idea de que “algo” queda después de muertos. Difícilmente aceptamos que la muerte es definitiva y que eso no es trágico. Las religiones dan una solución fácil: “la vida perdurable, amén”, o la reencarnación, o cualquier otra propuesta de ese estilo. El pensamiento ateo brinda una solución mucho más sólida: no necesitamos trascender en cuerpo y/o alma. Vivimos plenamente en esta vida y perduramos por nuestras obras, por nuestros hijos, por nuestro trabajo, por nuestra producción artística o científica, o simplemente por el recuerdo que dejamos en otros, de haber sido buena persona.
Sin poder ahondar mucho en la argumentación, se ha propuesto que las religiones no son necesarias por las funciones que cumplen en la sociedad. Estamos en condiciones de prescindir de los mecanismos de control que imponen las religiones, de sus efectos aglutinantes y de las garantías de trascendencia que nos brindan. Queda entonces como una posibilidad cierta una sociedad futura sin religiones. Evidentemente estamos lejos de ella y nos parece difícil pensar cómo sería, pero eso no la hace imposible. Las sociedades están en permanente mutación. En el pasado más o menos lejano, seguramente parecía imposible una sociedad sin esclavos, o sin un monarca absoluto, o una sociedad donde todos los niños vayan a la escuela, o donde hombres y mujeres tengan los mismos derechos.
La dinámica de la historia siempre nos asombra y lo que hoy es posible pero aparentemente irrealizable bien puede ser realidad mañana. Hoy, vivimos hechizados por las creencias religiosas y nos parece imposible otra forma de vida sin religión y sin dioses pero esa nueva vida no es imposible y ni siquiera difícil. Sólo debemos inspirarnos en el filósofo Daniel Dennett2 y “romper el hechizo”.
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